Tradición y modernidad en las artes marciales japonesas

Una visión bastante común en el mundo de las artes marciales es aquella que interpreta, de manera errónea, que las disciplinas de combate japonesas son ejemplos «tradicionales» de artes que han pasado intocables desde el tiempo de los samuráis, sin apenas modificaciones.
Esta interpretación asume que las artes marciales niponas son una especie de «burbuja» ahistórica, en la que no han dejado huella los enormes cambios culturales que ha sufrido Japón desde el siglo XIX. Sin embargo, nada hay más lejos de la realidad. Tradición y modernidad han sido, desde hace por lo menos 130 años, dos de los motores que han animado el desarrollo de las artes marciales en Japón. Su relación ha sido complicada, y a veces conflictiva, pero no ha estado nunca separada de la realidad histórica de Japón.
Esta relación entre tradición y modernidad se expresa de diversas maneras. La más ampliamente difundida es la clasificación de las artes marciales japonesas en dos categorías: Koryu Budo, literalmente «arte marcial de la antigua escuela» y Gendai Budo, que significa «arte marcial moderna».
Veamos en detalle en qué consiste cada una.
EL JAPÓN FEUDAL Y LAS ARTES MARCIALES: ORIGEN Y ESTRUCTURA DE LOS KORYU BUDO
Por Koryu Budo entendemos cualquier disciplina marcial japonesa que puede rastrear sus orígenes en el período anterior a 1868. Esta fecha representó el inicio de la modernización de Japón, abandonando el sistema feudal y la organización social en castas. Esta organización social marcaba, de manera directa, el cómo se estudiaban y transmitían las artes marciales en Japón.

A finales del siglo XIX la introducción de la fotografía en Japón permitió retratar a los samurái. En esta foto colorizada de Kusakabe Kimbei podemos ver a tres samuráis con su panoplia de guerra, incluyendo la armadura completa o yoroi, y las armas principales: arco o yoroi, lanza o yari, y conjunto de espada larga y corta, normalmente referidos como katana y wakizashi.
Más concretamente, las artes marciales eran patrimonio (casi) exclusivo de la casta samurái, un estrato social privilegiado que estaba al servicio de los daimyo, o señores feudales. La casta samurái estaba además dividida en clanes, con una intrincada variedad de ramas mayores y menores, determinadas por lazos de sangre, más o menos reales. De hecho, un samurái podía ser aceptado dentro de un clan mediante el procedimiento de adopción por parte de un miembro del mismo.
Esta organización feudal y de castas tenía además signos externos muy marcados que reforzaban la posición social de sus miembros. Así, por ejemplo, los samuráis debían llevar dos espadas, una larga o katana, y otra corta, o wakizashi, además de una coleta especialmente elaborada. Y vestían además el hamon, o emblema de su casa feudal.
En lo que a artes marciales se refiere cada clan, o grupo de clanes, atesoraba y transmitía su propia tradición marcial, formalizada en una escuela. Aunque en la práctica el sistema podía ser flexible, la pertenencia a una casa samurái marcaba, y mucho, el tipo de entrenamiento que recibían sus miembros. En ocasiones ciertas tradiciones militares estaban vinculadas a monasterios sintoístas o budistas, que en muchos aspectos configuraban en sí mismos auténticos clanes militares, con ejércitos propios, insertados en redes de alianzas con clanes feudales «laicos».
De esta manera, las artes marciales en Japón eran un asunto, literalmente, de familias o clanes. Cada uno guardaba celosamente sus secretos, y cada adepto de la escuela debía realizar un juramento de sangre para entrar en ella. Estas prácticas, que hoy parecen más propias de una secta, tienen sentido si entendemos que lo que se aprendía era técnicas de supervivencia en batalla, por lo que seguramente era una mala idea revelarlas a posibles enemigos.

Imagen del edificio principal del templo de Katori, o Katori Jingu, asociado desde sus inicios a la koryu Tenshin Shoden Katori Shinto Ryu. De hecho, la tradición dice que fue en este lugar dónde Iiesaza Ienao fundó esta escuela tras una revelación divina. Este tipo de historias míticas son comunes en las koryu japonesas de más antigüedad.
La estructura de las escuelas marciales era además jerárquica, con un soke o jefe de la escuela que actuaba como una especie de cabeza de familia de la misma. Esto tiene sentido si entendemos las escuelas marciales como un reflejo de las estructuras familiares que las sostenían, unos clanes militarizados con una cabeza feudal en la cúspide.
Cada escuela contaba además con registros de sus miembros (algunos de ellos con cientos de años y que aún se conservan), e historias acerca de su fundación. Normalmente, estas se encuentran entrelazadas con relatos épicos y míticos, que encierran lecciones importantes para sus practicantes, aunque seguramente uno tenga que ser un samurái japonés de la era feudal para entenderlas en su contexto.
Estos registros nos permiten trazar los orígenes de las diferentes escuelas, además de los cambios originados dentro de cada una. Así, sabemos que hay escuelas que nacieron en el período Muromachi, que se caracterizó por una violencia extrema por todo Japón. Es la época de los grandes ejércitos en campo abierto, que terminará con la Batalla de Sekigahara, en 1599. Las tradiciones marciales nacidas en esta época, como por ejemplo Katori Shinto Ryu, enraizan su currículum marcial en técnicas y estrategias para el campo de batalla, con el uso del yoroi o armadura, e incluso de armas de fuego, importadas por los comerciantes portugueses en el siglo XVI.
A partir de Sekigahara, con el ascenso del shogunato Tokugawa, Japón entra en un período de relativa tranquilidad y estabilidad política, y se cierra a la influencia externa. Esto implicará la prohibición, más o menos respetada, de las armas de fuego, entre otras influencias extranjeras. Las escuelas nacidas en este período destacan por una estrategia marcial más orientada al duelo uno a uno, y menos a la batalla campal, como es el caso de la Suio Ryu. Además, con el paso del tiempo ciertas escuelas se especializaron en determinadas armas, como la Hozoin Ryu, o en combate cuerpo a cuerpo, como la Kito Ryu.
EL FIN DEL JAPÓN FEUDAL: UN TERREMOTO PARA LAS ARTES MARCIALES
Este sistema feudal y de castas saltó por los aires en 1868. En ese momento, y a partir de la presión colonial de las potencias europeas, se desató en Japón un movimiento telúrico que marcaría su historia: la revolución Meiji. Durante esta se enfrentaron los partidarios de modernizar Japón, organizados en torno al emperador (hasta entonces una figura meramente decorativa, aunque divina), con los partidarios del viejo orden, agrupados en torno al shogun.
Este conflicto, una verdadera guerra civil, supuso también el fin de las tácticas militares de época samurái. El emperador, con ayuda occidental, organizó un ejército moderno, basado en el sistema de levas populares y las armas de fuego, que no requería de sus reclutas un entrenamiento en armas blancas o combate cuerpo a cuerpo. Además, las tácticas militares adoptaron el modelo de ejércitos occidentales, sobre todo del francés. Estas tácticas demostraron su efectividad aplastando a los partidarios del shogun y del viejo orden. El punto culminante de esta guerra civil fue la Rebelión de Satsuma, en la que se basa, de manera libre, la película El Último Samurái.

Imagen de época de Saigo Takamori, cabecilla de la rebelión Satsuma, durante la misma. Es interesante anotar cómo este samurai viste uniforme militar occidental, un reflejo de la enorme influencia de los usos del ejército francés en los hábitos militares de los japoneses, incluso entre los más reacios a la adopción de formas occidentales.
Esta modernización supuso el fin de la hegemonía militar samurái, basada en las antiguas escuelas, la lanza, el sable, y el arco. De hecho, no pocos samuráis, partidarios o no del emperador, se pasaron rápidamente a los nuevos métodos, mucho más efectivos a la hora de matar al adversario. La casta samurái dio muchos generales y almirantes al ejército y la marina imperiales.
Pero además, el período Meiji supuso el fin de la casta samurái en sí misma. Se abolió por decreto el sistema feudal, y los samuráis dejaron de existir como tal. Incluso se prohibió su vestimenta típica, con las dos espadas al cinto y la coleta, mediante el decreto Haitorei de 1876. Los antiguos clanes pasaron a ser simplemente familias amplias, con relación de sangre, pero sin ningún significado político, como antes.
La revolución Meiji supuso una dura prueba para las artes marciales tradicionales japonesas. Pasaron a ser social y militarmente una reliquia, y de hecho seguramente muchas se extinguieron. Sin embargo, en varias familias de origen samurai se siguió practicando la tradición marcial «de la casa», entendiendo que tenía un valor cultural y marcial que no debía perderse. Cada escuela seguía teniendo un soke o jefe, que era su autoridad máxima, y que aceptaba a los alumnos previo juramento de sangre. De esta manera, al menos en parte, la tradición marcial del Japón de la época feudal se mantuvo en el tiempo, manteniendo esta estructura familiar.
Socialmente, la práctica de las artes marciales tradicionales japonesas pasó a ser vista como un activo cultural, más que como una habilidad práctica para la política y la guerra. En 1895 el gobierno japonés decide fundar la Dai Nihon Butokukai (que significa la Gran Sociedad Japonesa de las Virtudes Marciales), para promover la conservación y práctica de estas disciplinas, entendiendo que son un instrumento para preservar la identidad nacional de Japón, adaptándolas además a las nuevas circunstancias históricas de Japón. Sus registros son a día de hoy seguramente la fuente más fiable de información sobre las tradiciones marciales anteriores a la revolución Meiji.

Imagen del Butokukai en Kyoto, en 1899.
En esta institución se creó además la Butokuden (literalmente, Colegio de Artes Marciales), y se comenzó a promover también la práctica de escuelas marciales aparecidas a partir de 1868, que tienen unas características muy específicas. Estamos hablando del Gendai Budo, la apuesta japonesa por la modernización de sus tradiciones marciales, con ejemplos de sobra conocidos como el Judo, el Karate, el Kendo, o el Kyudo.
GENDAI BUDO Y MODERNIZACIÓN: LA VÍA JAPONESA
Estas artes marciales nacieron de un movimiento, dirigido por pioneros como Jigoro Kano, fundador del Judo. Este movimiento quería hacer de las artes marciales japonesas instrumentos para el nuevo Japón. Recogiendo varias escuelas tradicionales, tanto japonesas como de Okinawa, estos pioneros crearon sistemas marciales propios, que permitían el desarrollo físico, emocional y espiritual de sus practicantes, convirtiendo el arte de la guerra samurái en un método apto para forjar los ciudadanos del nuevo Japón post feudal. Además, incluyeron líneas de competición y se preocuparon de organizar las instituciones que apoyasen el desarrollo de cada disciplina, gestionando sistema de grados, instrucción y transmisión.

Imagen de Jigoro Kano (izquierda), fundador del Judo, con Kyuzo Mifune, uno de los máximos exponentes del primer Judo, fundado en el Kodokan Dojo.
La intención de Kano era salvar las artes marciales japonesas. Pero para ello entendió que debían abandonar el corsé de las familias de origen samurái, y pasar a ser parte del currículum formativo de los jóvenes, sin distinciones sociales. Además, debían ser seguras en su práctica, eliminando todas aquellas técnicas que pudiesen lesionar a sus practicantes (que no eran pocas, dado el origen militar de las Koryu).
Por último, debían estar estructuradas en su transmisión y certificación, de una manera muy diferente a las koryu. En estas el cabeza de la escuela controla como un padre la práctica de sus miembros. Él decide quién entra o sale, y es el único emisor de certificaciones de aptitud, como el menkyo kaiden. Hay koryu que durante mucho tiempo incluso carecieron de ellas, ya que TODOS los practicantes cabían en un único dojo, y por tanto no había necesidad de certificar a nadie para que enseñase fuera de él.
En el caso del Gendai Budo, cuyo objetivo era precisamente obtener la mayor difusión posible, hubo que organizar un sistema de grados y de licencias de enseñanza que permitiese una transmisión cualificada de los sistemas marciales. Además, debió crear un currículum unificado de práctica, organizado en etapas, algo que tampoco existía en muchas koryu. Todo un reto para la enseñanza que personajes como Kano abordaron de manera racional, siguiendo las últimas tendencias en pedagogía.
Es en este momento como surgen algunas de las prácticas a las que estamos más acostumbrados. Por ejemplo, la concesión de cinturones y danes fue una adaptación de Kano del sistema de enseñanza de natación para niños en los colegios japoneses, al igual que el desarrollo deportivo del Judo. El Kendo, el Karate de la mano de maestros como Gichin Funakoshi, o el Kyudo, seguirán más tarde o temprano el camino de Kano, un auténtico revolucionario de las artes marciales japonesas. De esta manera, ya a inicios del siglo XX quedó prefijada está división entre Koryu Budo y Gendai Budo.

Foto de la sección de karate del Butokukai antes de la II GM. En la primera fila de izquierda a derecha: Tatsuo Yamada (fundador del Nihon Kempō Karate), Hironori Ohtsuka (fundador del Karate Wado-ryū), Yasuhiro Konishi (fundador del Karate Shintō Jinen-ryū), Sannosuke Ueshima (fundador del Karate Kushin-ryū) y Kenwa Mabuni (fundador del Shito-ryū). En segunda fila (4º de la izquierda): Gogen Yamaguchi (fundador de la Asociación de Karate-Do Goju-Ryu Goju-Kai). En última fila desde la izquierda: Neichu So (practicante y discípulo del fundador del Karate Kyōkushin).
LA UNIVERSALIZACIÓN DE LAS ARTES MARCIALES JAPONESAS TRAS LA II GM
Por su propia estructura y transmisión, el Gendai Budo estaba mucho mejor preparado que los koryu budo para expandirse. Liberados del «corsé» de las estructuras de clanes y familias, el karate, el judo, o el kendo, comenzaron a ser practicados por millones de japoneses, incluso en la escuela, y ya antes de la II GM saltaron a Occidente, sobre todo en el caso del Judo, el más organizado desde sus inicios.
Sin embargo, el Gendai Budo aún tuvo que esperar unos años para su universalización. Antes de la II GM las artes marciales en Japón, siendo muy populares, estaban al servicio de la ideología imperial japonesa. El mundo samurái fue reactualizado en la cultura japonesa a través de las artes marciales, tanto gendai como koryu, para promover valores de esfuerzo y sacrificio militares, muy útiles para la expansión colonial de Japón por Asia. Así, no pocos miembros destacados del mundo marcial japonés, como Ueshiba Morihei, fundador del Aikido, eran activos miembros de círculos imperialistas de extrema derecha.
Después de la II GM, la práctica marcial en Japón fue prohibida durante casi una década por las autoridades de ocupación estadounidenses. Los koryu se practicaban clandestinamente en solitario o en la intimidad de cada pequeña escuela familiar, y las estructuras creadas por parte del gobierno japonés de preguerra debieron pasar un período de barbecho. Durante el mismo, las distintas artes marciales debieron esforzarse por eliminar todo contenido político de sus disciplinas. En el caso del Gendai Budo, esto supuso eliminar todo contenido racial, o colonial, de su práctica. Las artes marciales pasaron, de esta manera, de ser un método de educación de ciudadanos japoneses a ser útiles para cualquier persona, siempre promoviendo una cultura de paz y no agresión.

En los Juegos Olímpicos de Tokyo celebrados en 1964 se introdujo por primera vez el Judo como disciplina olímpica. En la final Anton Geesik venció al ídolo local Akio Kaminaga, lo cuál fue una auténtica conmoción en Japón, pero también una muestra de cómo las artes marciales japonesas habían alcanzado una difusión mundial, apareciendo nuevas figuras y maestros fuera de Japón.
Gracias a esta transformación, finalmente las artes marciales japonesas pudieron sortear la prohibición de posguerra. Y muchas de ellas saltaron a Estados Unidos de la mano de soldados del ejército de ocupación. Es el momento en el cual se empiezan a popularizar en Occidente de manera masiva, sobre todo en el caso del Judo, el Karate y el Kendo. También en esta época termina el proceso de formación de Gendai Budo de posguerra, como el Aikido. El punto culminante de este proceso será la inclusión del Judo en la competición olímpica en 1964, en los Juegos Olímpicos de Tokyo.
Finalmente, a través de estos Gendai Budo, los practicantes occidentales llegaron guiados por su curiosidad y ganas de aprender a los Koryu Budo. Quisieron conocer las raíces de las artes marciales más populares, y es así como empezaron a entrenar en esos pequeños dojos familiares reservados para unos pocos, con pioneros como Donn Draeger. El interés fue tal que, de hecho, las koryu tuvieron que empezar a crear estructuras más formales que pudiesen acoger a practicantes por todo el mundo, con sus propios dojos y alumnos. Un proceso lento y doloroso en algunos casos, pero ahora mismo inevitable.
A día de hoy, las artes marciales japonesas son un patrimonio universal de la humanidad. En prácticamente todo el mundo hay practicantes de Koryu Budo o Gendai Budo, y en la mentalidad popular el samurái es una figura bien conocida, lo cuál no deja de ser sorprendente dada la distancia entre el Japón feudal y las sociedades del mundo moderno. Si esto fue posible, es gracias a la manera en la que las artes marciales japonesas solventaron el problema que supuso la mecanización de la guerra y la desaparición de la clase guerrera que las practicaba. En cierta manera, y vistos los resultados, supieron conjugar tradición y modernidad, dándole a cada una su sitio, y haciendo de la práctica marcial un ejemplo vivo de adaptación y resiliencia ante las circunstancias históricas. Sin duda, un ejemplo a tener en cuenta.
Este artículo fue originalmente publicado en The Fight Time.
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